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martes, 17 de noviembre de 2009

Asignación universal por hijo: Subsidios, asignaciones y salario


Por Luis Bilbao

No es necesario explicar que la asignación de 180 pesos mensuales a un elevado número de menores de 18 años ayuda a millones de familias en situación de desastre social y, por lo mismo, más allá de toda consideración, debe ser apoyada. Pese a la denominación recibida esa asignación no es universal. No obstante, constituye un paso adelante en la reivindicación de derechos elementales, aunque está muy lejos de acabar con la exclusión y la pobreza extrema. Atacar y resolver esa tragedia contemporánea, además de defender la universalidad de ese derecho y aumentar los montos, requiere sin embargo debatir el tema desde otro ángulo, a saber, la significación económico-social de subsidios y asignaciones en la sociedad capitalista. El tema requiere mucho espacio, pero se puede esquematizar en pocas palabras. El trabajo de un obrero –y el producto de ese esfuerzo humano- se divide en un segmento necesario y otro excedente. El primero está determinado por las necesidades del trabajador para sobrevivir, asistir cada día a su lugar de explotación y reproducir la fuerza laboral. Ésa es la parte “necesaria” del tiempo que cada individuo vende al empresario. El capitalista devuelve al trabajador en forma de salario el tiempo de trabajo necesario y se apropia del trabajo excedente.

Ahora bien, en la sociedad capitalista el principal factor ordenador es la competencia entre los empresarios productores de mercancías. Esa competencia empuja a la constante maquinización de la producción. Porque lo único que produce valor es el trabajo humano. Y si alguien puede producir lo mismo con menos fuerza de trabajo, ese bien tendrá menor valor, por lo tanto podrá ser vendido a menor precio y el resultado es que ese fabricante se quedará con el mercado en disputa. Sólo que esa dinámica supone que aumenta constantemente la cantidad de “trabajo muerto” (maquinaria, instalaciones, materias primas, etc), frente a la cantidad de “trabajo vivo” (la fuerza humana de trabajo inmediato). Esa carrera interminable tiene otro costado: cuando un empresario pone más máquinas y reduce la cantidad de obreros que emplea, cae la esencia de su existencia: la tasa de ganancia; es decir, la relación entre ganancia y total de capital empleado para obtenerla. Para contrarrestar esa caída el empresario debe buscar la manera de pagar menos por el trabajo necesario, a fin de que aumente la porción de trabajo excedente, que se apropiará. Entre otras varias cosas -en función del tema que nos ocupa- para eso deberá reducir el salario. Ya se ha dicho que el salario esta fijado por la necesidad básica del obrero y su reproducción. De modo que si el Estado, apelando a diferentes recursos, consigue por ejemplo que el pasaje de omnibus (transporte hacia y desde el trabajo) sea más barato, el gas sea menos caro, la electricidad tenga bajo precio y la carne y otros alimentos cueste relativamente poco, si además se hace cargo de una parte de la alimentación de sus hijos, disminuye el trabajo necesario y, por esa vía, aumenta el trabajo excedente. Dicho de otro modo: con subsidios y otros recursos semejantes, el Estado desplaza riquezas del conjunto de la sociedad hacia los dueños del capital. Para que esto no constituya un descarado saqueo, el Estado debe elevar al máximo los impuestos, en primer lugar a la ganancia. Eso no resuelve el problema, pero morigera la estafa. Cuando eso no ocurre, el mecanismo se reduce a sacar de un sector de los explotados, para darle a otros más oprimidos aún. Nadie debería asombrarse de que la asignación a la niñez otorgada por el gobierno se pague con fondos de los jubilados. Y el apoyo a la medida no debería obscurecer lo obvio: una reforma que no avanza hacia la transformación del sistema capitalista, simplemente encubre una forma diferente del robo, que en este caso, se manifestará a la vuelta de poco tiempo: darle un mendrugo a los niños redundará en arrojar al abismo a los viejos.

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