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martes, 17 de noviembre de 2009

Catalejo: ¡¡ Queremos ver las cartas secretas de Juan Pablo II !!


Con sigilo de agente clandestino, durante 55 años Karol Wojtyla intercambió correspondencia privada con una dama llamada Wanda Poltawska. El asunto podría costarle caro.
Juan Pablo II (pseudónimo adoptado por el obispo polaco cuando fue ungido Papa), iba a ser santificado en tiempo récord. A esta altura, ya debía tener el título, pasando incluso por sobre los sabios recaudos de la iglesia, que no sólo no se compromete con los vivos, sino que le cierra el paso a aquellos que no tengan, por lo menos, 400 años de muertos.
Moscú bien vale una misa. Y los servicios prestados por Wojtyla a los poderes centrales (los de aquí, con sede en Washington, no los celestiales), ameritaban la excepción. Pero, ya se sabe, la envidia es como la tiña. Y entre los altos fríos grises muros del Vaticano, tiña no falta.
Joseph Ratzinger masticó madera durante años, desde su cargo de supremo inquisidor y materia gris sobresaliente en el equipo gobernante del Palacio de San Pedro. Él pensaba, planificaba, organizaba, controlaba, actuaba, aniquilaba con mano implacable... y Wojtyla se llevaba las palmas.
Si la venganza es el placer de los dioses, tanto más lo será para los Papas. Ocurre que ahora Ratzinger lleva el nombre de Benedicto XVI. Y aparecieron las cartas de amor. Todo indica que, en su carrera de santo, Karol kaput. (Nadie haga aquí asociaciones aviesas).
La cosa es comidilla de la prensa internacional. Y, por qué no admitirlo, también de esta sección de El Espejo. Reconozcámoslo sin vueltas: ¡¡queremos ver las cartas secretas del papa!!
Pero aclaremos: no las de o para la señora Wanda. Son otras las que queremos ver. Deben estar en algún archivo, sea del Vaticano, Langley, Wadowice, Washington, Varsovia, Managua o Buenos Aires.
Nos interesan las cartas intercambiadas para organizar primero el reemplazo urgente de Juan Pablo I (asesinado, como se sabe, un mes después de su designación); luego para armar la guerra contra la Nicaragua sandinista; más tarde para planificar y llevar a cabo la operación de exterminio, en toda América Latina, de los sacerdotes católicos enrolados en la teología de la liberación. Y, definitivamente, queremos ver la colección completa de su correspondencia con el Opus Dei, organización de la cual era miembro.
Esa cartas deben ser conocidas, además de las que cruzó Wojtyla con su canciller en Washington, el cardenal Pío Laghi, que antes lo fue en Buenos Aires y, en una entrevista con el semanario Time, reconoció que desayunaba una vez por semana con el Director de la CIA durante la guerra contra Nicaragua.
Ah... qué útil para todos -y sobre todo para los católicos sinceros- sería conocer esas cartas conspirativas de odio y muerte. Las de un amor oculto y por definición traicionado, deberían ser respetadas, en consideración al hombre demediado que fue Wojtyla.

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