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jueves, 24 de septiembre de 2009

Huerta Grande Parte II: El Alba en el futuro continental

Por Cristina Camusso

Dos estrategias contrapuestas tensionan el combate ideológico y político de países y pueblos de Nuestra América: la línea divisionista y guerrera de Estados Unidos y El Alba como centro de poder, elaboración y articulación organizativa hacia el Socialismo del siglo XXI. En la contraposición entre la convergencia hacia la unidad latinoamericana y caribeña y la necesidad imperialista de fragmentar y dividir pueblos y países, transcurre el combate en curso. En diciembre de 2004, al cumplirse diez años del primer viaje del presidente venezolano Hugo Chávez a suelo cubano, nació la Alternativa Bolivariana para las Américas. Cuba y Venezuela afirmaban así el primer peldaño del sueño integrador de Nuestra América, inconcluso de las luchas emancipatorias del siglo XIX. No era solo una declaración de principios. Surgida en el marco de la ofensiva imperialista del ALCA y el Plan Colombia, diseñados para el control de los mercados desde Alaska y Tierra del Fuego y la militarización de las fronteras, el Alba se ha corporizado como un centro de poder frente a Estados Unidos, y como un Programa de Acción Continental con capacidad de intervención política en los acontecimientos clave del últimos período. Los acuerdos del Alba no se sustentan en el mecanismo del lucro capitalista, cuya misma lógica conlleva la competencia y la fragmentación. Por el contrario, se afincan en la cooperación y la solidaridad, “para satisfacer las necesidades y anhelos de los países latinoamericanos y caribeños y, a la par, preservar su independencia, soberanía e identidad”. El intercambio se proyecta a las áreas de salud, educación, cultura, finanzas, comunicación, transporte, aerocomercial, energía e industria, con el despliegue de la Operación Milagro, los programas de Alfabetización, de formación en medicina y Atención Primaria, entre múltiples iniciativas.

El Alba se construye con movimientos y organizaciones sociales, gobiernos nacionales y locales y pasó de contener dos miembros en 2004, a 6 a fines de 2008 (en 2006 ingresó Bolivia y en 2007 Nicaragua). En la Cumbre presidencial del 24 de junio de este año en Carabobo, adoptó el nombre de Alianza Bolivariana de los pueblos de América y quedó integrada con 9 países: Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Dominica, Ecuador, San Vicente, Granadinas, Antigua y Barbuda, más dos observadores, Paraguay y Granada. El PBI de los 11 asciende a 500 millones de dólares anuales. En el marco de la irrupción de la crisis capitalista mundial y las reuniones del G-20 (forma encubridora para denominar al núcleo del poder imperial, que intenta restaurar el capitalismo y fijar los mandatos a los “países emergentes” invitados), el Alba emerge como horizonte contrapuesto. En su VII Cumbre realizada en Caracas en 2008, se crea el Banco del Alba, en noviembre de ese año define al sucre como moneda de cuenta común, se conforma, entre una serie de proyectos, la Empresa Granacional para el suministro estable de hidrocarburos a las naciones de la región, frente a la política de biocombustibles, impulsada por Estados Unidos, la línea es seguridad alimentaria para garantizar producción y comercialización de alimentos para las poblaciones. A la fecha avanzaron en un Plan de Acción inmediato, la creación de la Universidad de los pueblos del Alba y del Consejo Ministerial de Mujeres, la conmemoración del Bicentenario. Hay sin embargo, un aspecto central del vigor de este bloque de países, su actuación como comando político común. Dos momentos son ejemplificadores de este recorrido. La reciente Cumbre de Unasur en Bariloche y el documento de la VII Cumbre del Alba reunida en Cumaná, el 17 de abril de este año, elaborada para la V Cumbre de las Américas, que tendría lugar a los pocos días en Trinidad Tobago. En el primer caso, los países participantes, miembros del Alba, llevaron una voz unívoca, tanto para desenmascarar el papel de Colombia como asiento de las 7 bases militares, listas para las maniobras del Departamento de Estado y el Pentágono, como para impedir el objetivo de la Casa Blanca: dividir Unasur. Respecto a la reunión en Cumaná, El Alba elaboró un documento para la V Cumbre de las Américas, que tendría lugar a los pocos días en Trinidad Tobago. En abierto desafío al imperialismo, el bloque de países impidió de manera inédita, la firma de la Declaración Final impulsada por Estados Unidos, y colocó a Cuba, el país ausente, en el centro de los debates. El presidente Barack Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton debieron escuchar un contenido contundente: “El capitalismo está acabando con la humanidad y el planeta. Lo que estamos viviendo es una crisis económica global y de carácter sistémico y estructural y no una crisis cíclica más (..) Esta no es una falla de la regulación del sistema, sino que es parte constitutiva del sistema capitalista que especula con todos los bienes y valores en pos de obtener la máxima ganancia posible” (..). Los países latinoamericanos y caribeños hemos comenzado a construir una institucionalidad propia, que hunde sus raíces en la historia común que se remonta a nuestra Revolución independentista, y constituye una herramienta concreta de profundización de los proceso de transformación social, económica y cultural que habrán de consolidar nuestra propia soberanía”.

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