Ante las continuas catástrofes recibidas por el territorio del país trasandino, la solidaridad de los países hermanos como Cuba y Venezuela fue fundamental ante la inoperancia del Estado y su manifiesta incapacidad para resolver las crisis.
La madrugada del sábado 27 de febrero grandes extensiones del territorio nacional sufrieron una nueva catástrofe, con un número indeterminado de muertos y desaparecidos, gran destrucción de infraestructura, fuentes de trabajos, y desamparo de las clases desposeídas. El Estado insensible, que ha demostrando su identidad ideológica en la defensa de la propiedad privada sobre el ser humano, con la utilización de la Constitución (pinochetista) y la implementación en las regiones conflictivas.
Lanzó a los militares a la calle, no para la recolección de escombros, ni para la reconstrucción de camino, sino para controlar y reprimir a un pueblo que buscaba resolver la necesidad de alimentos.
Los medios comunicación masivos crearon una sensación de ingobernabilidad, invisibilizando las iniciativas de un pueblo, desconociendo las organizaciones populares y su capacidad de sobreponerse y avanzar. Quedó demostrada la lentitud operativa por parte del Estado para resolver las dificultades con presencia efectiva y material. Grandes sectores se mantienen aún sin los elementos básicos, como la atención de salud, agua y electricidad. La esfera del poder discuten todavía sobre qué institución es responsable de no avisar acerca del tsunami.
La solidaridad se ha confundido con la farándula, se entremezclan la imagen de “bondad piadosa”, con la necesidad de estar en los medios televisivos, cuanto más lágrimas mayor éxito.
No podemos dejar de destacar que a 24 horas de la tragedia, la solidaridad concreta y real provino de los hermanos latinoamericanos, con brigadas especializadas, agua potable, hospitales de campaña, equipos de médicos, etc. encabezado por Cuba Venezuela y Bolivia, demostrando la necesidad de la unidad de Nuestra América.
Corresponsal en Chile
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