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viernes, 21 de mayo de 2010

Análisis de la noticia: La Argentina del tercer siglo


Por Luis Bilbao

Aunque sólo en la simbología frágil de una fecha, el 25 de mayo Argentina ingresa a su tercera centuria. ¿Cómo será el devenir de nuestro país en los próximos 100 años? ¿Qué sociedad legaremos a las futuras generaciones? ¿Con qué argamasa cuentan –contamos- las juventudes y el conjunto social afrontado a esa magna tarea? tu posteo que querés que se vea.

Una mirada en derredor podría dejar un saldo desolador. Desde hace ya mucho tiempo –y con apenas excepciones que rompieron la regla- ha ocurrido una selección a la inversa: cuanto menos apto, cuanto menos fuerza moral, más alta la jerarquía ocupada en prácticamente todas las áreas de la vida social, con el poder político en primer lugar. Esa inversión de todos los valores era una necesidad imperativa de la decadencia del sistema capitalista. Hubiese podido ser evitada y transformada en su contrario. No lo logramos. Los por qué de esa incapacidad requieren varios volúmenes de investigación y reflexión. Y no atañen sólo a quienes habitamos estas tierras. El hecho es que la vertiginosa declinación de los de arriba ha permeado a la sociedad toda y ahora las lacras de un sistema en su ocaso pueden ser halladas –a menudo con preponderancia- en la clase obrera, en el estudiantado, en sus organizaciones sindicales y políticas, siempre con las correspondientes excepciones que, de todos modos, no contradicen la conclusión general. Las vanguardias que asuman la tarea histórica de construir la Argentina del tercer siglo deberán contar, como punto de partida insoslayable, con esa degradación que obliga a exigencias mayores en rigorismo moral, educación y esfuerzo militante.

El marco internacional

Hay todavía otro aspecto negativo. El bicentenario ocurre en momentos de derrumbe efectivo del entramado capitalista mundial. Ya no se trata de la crisis prolongada que socava cimientos y corroe columnas del sistema. Hoy, en este mismo momento, el capitalismo está comenzando a desmoronarse y, con prescindencia del tiempo que transcurra, acabará derrumbándose. Tómese apenas el último episodio de esta crisis vieja ya de más de tres décadas y detonada en una fase final a mediados de 2008. El colapso griego puso a la banca europea –y por extensión, a la de todo el mundo- al borde de la quiebra en masa. Con las Bolsas en caída libre el viernes 7 de abril, los jefes políticos y económicos de la Unión Europea se reunieron ese fin de semana en sesión continua y a las 2 de la madrugada del lunes 10, compelidos por un llamado telefónico de Barack Obama, anunciaron un paquete de 1750 millones de euros para garantizar que los Estados en quiebra –inicialmente Grecia, España, Italia, Irlanda, Portugal e Islandia- no se vieran obligados a declararse en cesación de pagos, arrastraran con eso a la totalidad de la gran banca internacional y transformaran la actual rece-sión en franca depresión. Con tal respaldo, equivalente a un millón de millones de dólares, ese lunes las bolsas subieron en flecha. De inmediato los propagandistas del capital –y los flojos en convicciones y teoría- anunciaron que, como no podía ser de otra manera, la crisis se había resuelto. Al día siguiente, martes 11, las bolsas adoptaron una actitud que llamaron de “prudencia”. El viernes 14, hubo un derrumbe espectacular que arrastró a todas las bolsas del mundo, con España a la vanguardia. El sábado 15 el titular del Banco Central europeo declaró, sin rodeos, que la inyección de esa suma sideral de euros (euros ficticios, sin respaldo en la producción), era sólo un paliativo “para ganar tiempo”. Al momento de escribir esta nota, domingo 16, los responsables políticos y económicos del mundo imperialista tratan de sofrenar la caída esperable para el lunes 17, mientras los analistas descubren ahora que “el euro es prácticamente insalvable”. Con o sin la desaparición inmediata del euro, la economía sigue y seguirá en aguda pendiente hacia el abismo. Las sumas siderales inyectadas en 2008 a la banca estadounidense no impidieron que la desocupación continuara en ascenso en el corazón económico del mundo. Y aunque en diferentes proporciones, el fenómeno se verifica a escala planetaria. Ahora, los nuevos manotazos de ahogados van acompañados de planes de ajuste que, en síntesis, aumentarán la desocupación, reducirán salarios reales y restringirán la capacidad de gasto de los Estados. En suma, todo contribuye a una acelerada disminución de la demanda agregada global. Es decir, al aumento de la producción excedente, una mayor caída de la tasa de ganancia y, como resultado, el pase –prolongado o inmediato, según las medidas que adopten los jefes imperialistas- de la recesión a la depresión. Para la buena y llana teoría, esta afirmación no ofrece duda alguna. La duda es grande en cambio respecto del otro costado de esa dinámica inexorable: ¿el derrumbe aplastará una vez más a los pueblos, con guerras, desocupación masiva y degeneración social plasmada en fascismo y otras calamidades, o será el momento de quiebre para comenzar a edificar la sociedad socialista? Este interrogante no tiene respuesta teórica. En ese plano, ambos desenlaces son posibles. Será la práctica política la que tenga la última palabra, y allí cuenta la ostensible parálisis del movimiento obrero en los países centrales. En ese cuadro, lo que ocurra en Argentina no sólo atañe a nuestro pueblo, sino que será una clave para la región.

Imaginar la Argentina que queremos

Contra lo que puede inferirse super-ficialmente de estas afirmaciones, no hay motivo para el pesimismo. Las inmensas dificultades planteadas son equivalentes a las excepcionales posibilidades para, en un plazo históricamente breve, dar vuelta como un guante el panorama de la clase obrera en Argentina, tonificar de esa manera al estudiantado y los movimientos sociales, alcanzar la unidad social y política de las grandes masas y recomponer el espectro de las fuerzas revolucionarias. A diferencia de los picos críticos reiterados en las últimas décadas, aparte la extensión y profundidad del colapso actual, sobresale el hecho de que existe en esta oportunidad una alternativa estratégica, en-carnada en el Alba, con las revoluciones de Cuba, Venezuela y Bolivia a la cabeza. El devenir argentino está indisolublemente asociado a ese nuevo polo estratégico del actual momento político inter-nacional. La primera condición para pensar el siglo XXI desde Argentina es integrar, con la mayor urgencia, nuestro país a ese bloque. La segunda es aventar las tentaciones del reformismo y el centrismo político, asumiendo sin rodeos la perspectiva de una revolución. La tercera, optar de manera intransigente por la ruptura definitiva con los aparatos tradicionales de la burguesía argentina, en primer lugar la UCR y el PJ, como condición para lanzarse a la edificación de un partido político de masas, plural, democrático, inequívocamente enrumbado hacia una revolución antimperialista y anticapitalista. Una abrumadora mayoría de nuestro pueblo quiere cambiar de cuajo las condiciones en que vive. Hay que abrir el cauce de esa latente voluntad de millones. Sin una propuesta nítida, seria y valiente, no hay modo de convocar a las mayorías. El hartazgo con la corrupción, la mediocridad y la incapacidad de las dirigencias burguesas no se podrá desviar otra vez hacia variantes del centro reformista, como fueron la Alianza y el elenco actual. O se presenta una opción clara, realista, pero drástica y sin concesiones a las instituciones putrefactas, o los representantes políticos de la burguesía y el imperialismo impondrán, sin duda con el recurso de la fuerza, el plan anticrisis del capitalismo dictado desde el G-20. Que el gobierno y sus asalariados monte el espectáculo mentiroso de una celebración vacía del Bicentenario. Nosotros situémonos en el inicio de la tercer centuria y aboquémonos a la edificación de la Argentina socialista del siglo XXI.

Buenos Aires, 16/5/10

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