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El Espejo Nro 194

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sábado, 24 de julio de 2010

Opus Dei en acción


No eligieron con mucho tino la fecha para reunirse en Madrid. En el día de la Independencia, Roberto Lavagna, José María Aznar y Eduardo Duhalde plasmaron en una foto la línea de acción del Opus Dei en Argentina.
Opus Dei significa literalmente Obra de Dios. La traducción política es menos metafísica: se trata de la estructura operativa mediante la cual el gran capital imperialista actúa, a través de la CIA, en el aparato Vaticano.

Cuando era ministro de Duhalde, Lavagna realizó una curiosa gira por Italia, organizada por Comunione e Liberazione (CL), otra organización de la CIA en el entramado eclesial. Pero esa estructura, ideada para operar en organismos de juventudes y como fuerza de choque, es en realidad un apéndice del Opus Dei, identificados ambos con las posiciones políticas del fascismo contemporáneo. El encuentro con Aznar formaliza el contacto del fascismo opusiano con el intento hasta ahora más articulado de recomposición del Partido Justicialista. Aznar es miembro destacado de la Internacional Negra, la organización mundial del fascismo, que cuenta con Uribe (Colombia), Piñera (Chile), Macri, entre muchos otros reunidos recientemente en Buenos Aires, convocados por el jefe de gobierno.
El dato es elocuente: ante la desagregación del partido peronista, el debilitamiento extremo del oficialismo y la aparición de una coalición liberal, los estrategas estadounidenses apostaron por el llamado Peronismo Federal. El Opus Dei está detrás de esa operación. Y en ella se inscribe la política que en diferentes planos despliega desde hace meses la cúpula eclesial argentina.

El otro bloque

Enfrente (aunque con un documento de gobernabilidad ya firmado con Duhalde) está la Coalición Cívica, donde pugnan dos corrientes principales: el liberalismo tradicional y la socialdemocracia (una fracción de la UCR y el PS). El PS no ha formalizado aún su participación plena en el intento, alentado y financiado por la internacional socialdemócrata, ONGs europeas y ciertos asesores latinoamericanos. Pero hasta el momento las relaciones de fuerza al interior de ese partido indican que ése será el destino final, pese al alto costo interno que la sujeción a la UCR significará para el partido gobernante en Santa Fe. La victoria de Ricardo Alfonsín en una elección interna de la UCR replanteó esa posibilidad, cerrada hasta poco antes, cuando la frágil hegemonía de Julio Cobos alineaba al partido tras la derecha tradicional oligárquica y asociada a grandes negocios de los últimos tiempos.
Con el nuevo equilibrio, está abierta la posibilidad de una fórmula presidencial Alfonsín-Binner, o viceversa. En esta variante, el conjunto adquiriría un carácter socialdemócrata, con leve tinte progresista. Como en el caso del Frepaso, el alineamiento internacional de este sector es más proclive al imperialismo de la Unión Europea. La calamitosa condición del Peronismo Federal, su carencia de nombres presentables, confiere a este endeble frente liberal alguna perspectiva electoral para 2011.

Desgranamiento oficial y pugna interburguesa

Los de arriba ya cuentan con un diagnóstico claro y una línea de acción definida: sondeos serios de todo el arco burgués descartan la reelección del elenco gobernante. Es improbable que pueda sucederlo un miembro de la cáfila componente del Peronismo Federal. Por el contrario, hace falta una imagen progresista, que sin embargo cumpla puntual y responsablemente con las necesidades del capital en crisis. Para eso está la socialdemocracia. La táctica consiste entonces en un plan de tres pasos: presionar para un acuerdo en la Coalición Cívica, con Alfonsín o Binner como candidatos (aquí el problema es qué hacer con Elisa Carrió); firmar un acuerdo de gobernabilidad (pomposamente denominado “políticas de Estado”); y rearmar al PJ en torno a lo más estable de su desperdigado universo. Así afrontan las elecciones de 2011 y las previsibles crisis de grandes proporciones que inexorablemente le seguirán.
Por su lado el gobierno está abocado a recomponer su destartalada imagen política mediante un barniz latinoamericanista y popular. La base para ese intento consiste en denunciar al conjunto de la oposición como una nueva Unión Democrática (la coalición liberal que, con apoyo de los partidos Socialista y Comunista, enfrentó a Perón en 1946). La comparación es grotesca. Un recurso desesperado. Y no sólo porque la relación entre Perón y las masas en aquellos años es exactamente lo inverso comparada con la de Cristina Fernández. Hay que contar además que los restos fraccionados del Partido Comunista están hoy al lado del gobierno y que el PS de los años 1930 y 40 no tiene punto de comparación alguna con el actual. Pero el factor esencial es que no hay un movimiento obrero en auge de participación política, apoyado desde el oficialismo, ganando conquistas económicas y sociales para las mayorías. Y mucho menos una línea de choque antimperialista encarnada por el elenco gobernante: la participación aquiescente en el G-20, los acuerdos vergonzosos con la Barrick Gold, la negativa de Kirchner al 82% móvil para los jubilados y los funcionarios en el área de Economía provenientes del ultraliberalismo, todo encastrado en un accionar carente de programa y basado en negociados de corto plazo, hacen de éste un gobierno incomparable, por donde se lo mire, con el sentimiento social encarnado en las figuras de Perón y Eva en el punto de partida de aquel movimiento, con prescindencia del juicio de valor que merezca.
Sólo el carácter francamente mafioso del Peronismo Federal y la trayectoria impresentable de la Coalición Cívica abre espacio a las esperanzas oficiales. Y en ese punto se apoyan igualmente –aunque cada vez con mayor dificultad– las franjas autodenominadas de izquierda que respaldan al gobierno. Los planes tendientes a presentar a Maradona como candidato en la provincia de Buenos Aires, para arrastrar votos en favor de Kirchner, hablan por sí solos de la desesperación oficial.
No obstante, el aumento del PBI corre parejo con el aumento de la pobreza. Y la operación maquillaje de Alfonsín, puede eventualmente fabricar un candidato al que se vote por descarte. Como sea, es visible que el conjunto de la gran burguesía actúa a partir de la conclusión de que este ciclo está cerrado. Quienes desertan diariamente del gobierno, las intendencias y el PJ son el termómetro de ese clima de fin de fiesta, ya conocido en nuestro país.
Así se explican los apresurados movi-mientos para recomponer instrumentos electorales confiables para la burguesía, que ya están dando resultados contundentes en el Congreso: en cuestión de horas , los bloques opositores aprobaron una reforma del consejo de la magistratura y un predictamen que deja en el umbral la aprobación del 82% móvil; tomaron la presidencia de la comisión bicameral de control de la secretaría de inteligencia del Estado (Side); y relanzaron la campaña para denunciar corrupción en todos los terrenos.
Frente a esto, el gobierno no reacciona. Centrar su accionar en la ley de matrimonio homosexual –cuya aprobación daba por descontada por el apoyo de un amplio arco opositor– prueba la imposibilidad de apelar a cualquier propuesta de impacto popular y demuestra un desconocimiento total de la realidad social argentina: es posible que, con prescindencia del carácter progresivo de la medida, esto se convierta en un nuevo choque con amplias capas de la sociedad y ponga más al desnudo la fragmentación del oficialismo y la incapacidad de mando de Kirchner.

La pelea es entre ellos

Mal que pese a la "izquierda oficialista", lejos de aquella contradicción que en 1945 partió a la sociedad y dio lugar a una nueva etapa histórica en Argentina, hoy las peleas se limitan a espacios de poder para realizar escandalosos negociados, de los cuales la entrega de la minería a Barrick Gold es sólo una muestra. Sí es cierto que la derecha tradicional desata una ofensiva furiosa contra el Gobierno. Pero hay elementos incuestionables en este ataque. Según los datos entregados por la presidente y su consorte en la última declaración oficial, días atrás, la fortuna del matrimonio aumentó de 6 millones 851 mil 810 pesos en 2003, cuando asumió Kirchner, a 55 millones 537 mil 290 en julio de 2010.
Es moral y políticamente indefendible que una familia se enriquezca de esta manera desde la primera magistratura de un país en crisis, donde crece la miseria y la marginación. Y la idea de atacar a una fracción burguesa-imperialista desde la defensa de semejante conducta inhabilita toda propuesta sincera. Amasando fortuna personal, con Hugo Moyano a un lado y la Barrick al otro, saltando de manera oportunista entre Unasur y el G-20, oponiéndose al 82% mientras se paga la fraudulenta deuda eterna, la cohorte kirchnerista no es una opción ni aún ante la amenaza del Opus Dei.
Peor aún: en tanto que fracción burguesa, el elenco gobernante deja todo preparado para intentar la consolidación de un mecanismo bipartidista, al que sólo se pueda acceder con montañas de dinero: sólo para la provincia de Buenos Aires, donde se gastaron el año pasado $15 millones y medio, en 2011 se podrán gastar 31 millones. Ésa es la manera más efectiva de bloquear el accionar de las propuestas que no se dispongan a venderse de antemano al mejor postor para contar con recursos de campaña.

Afrontar el futuro

El drástico cambio de las últimas semanas no ha sido asimilado aún por las fuerzas empeñadas en edificar una herramienta política de masas, acabar con el bipartidismo burgués-imperialista y poner proa al futuro con un proyecto de Argentina integrada al Alba y encaminada hacia la concreción de la independencia definitiva. Todavía no se ha tomado cabal conciencia de que la relativa recomposición de la UCR, sumada a la absorción del PS y otros sectores del llamado centroizquierda, ponen en riesgo victorias electorales que ya se daban por descontadas en puntos vitales del país.
Si sólo se tratase de eso, no sería tan grave. Pero el hecho es que la dinámica bipartidista (que incluye como fracción a Kirchner) puede reactivar una fuerza centrífuga que deshaga los pocos pasos dados en pos de una convergencia plural de masas.
Es verdad que la desmovilización absoluta de la clase obrera y el estudiantado deja un margen de maniobra para que, una vez más, ramas del mismo tronco podrido de la partidocracia burguesa puedan arrastrar el voto dividido y desorientado de las masas. Pero en ese cuadro es posible trazar un horizonte antimperialista y latinoamericanista y acumular conciencia y organización para la verdadera batalla. Es lo que hace, desde la perspectiva opuesta, el fascismo opuspejotista, mientras deja que el reformismo se haga cargo de la próxima etapa.
Basta mirar el panorama mundial para comprender entre quiénes se dará la gran batalla.

Desde Buenos Aires, Gustavo Liñán

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