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jueves, 13 de agosto de 2009

Argentina, Unasur y el Alba

Por Luis Bilbao

Inmediatamente después de provocar un golpe de Estado en Honduras, Estados Unidos instala 7 bases militares en territorio colombiano. El arco del dispositivo bélico proyecta su potencia de fuego hacia Venezuela, Ecuador y Brasil. El jefe del Comando Sur de la fuerza armada estadounidense habla en Bogotá como si lo estuviese haciendo en Saigón, cuando aquella ciudad hoy llamada Ho Chi Min era la base yanqui de operaciones en Vietnam del Sur contra Vietnam del Norte. La comparación vale no sólo para señalar cómo la potencia imperial ocupa territorio con la aceptación del gobierno y las clases dominantes locales. También para subrayar cuál es la estrategia estadounidense respecto de América Latina. Y para recordar, a quienes no lo saben o lo han olvidado, que las tropas del ejército más poderoso del mundo fueron derrotadas en aquel país del Sudeste asiático.

Reunidos en Quito, los gobiernos integrantes de la Unión de Naciones del Sur (Unasur), mostraron cada uno su posición respecto de esta amenaza que tiende un manto de sombra sobre la región. Luiz Ignácio Lula da Silva y Cristina Fernández optaron por eludir la gravedad y la urgencia de este (viene de tapa) nuevo cuadro de situación. Y comenzó a despejarse así la incógnita del realineamiento general provocado por la crisis mundial del capitalismo y su impacto local en América del Sur.

Fuerzas y contrafuerzas hacia la unidad latinoamericana

Unasur es una conquista histórica de la región, que sintetizó, como proyecto, casi una década de constante avance hacia la convergencia, dinámica inversa a la impuesta a los países al Sur del Río Bravo desde fines de las guerras de la Independencia. Estaba claro, cuando estalló la crisis en las metrópolis capitalistas a mediados del año pasado, que sus efectos alimentarían la fuerza hacia la unidad y, simultáneamente, reavivarían las fuerzas centrífugas, en la exacta medida en que reavivarían las pujas interburguesas por los mercados y aconsejarían a franjas de las clases dominantes, sobre todo en Brasil, a buscar cobijo nuevamente en los pasillos de la Casa Blanca. El primer indicio del nuevo choque de fuerzas lo dieron Buenos Aires y Brasilia, cuando aceptaron incorporarse al G-20. Un gobierno con la triste ambición de sumarse al club de los poderosos en igualdad de condiciones. El otro en uno más de los movimientos espasmódicos provocados por la ausencia de estrategia y la apelación al oportunismo cortoplacista. Ya era sugestivo que estos gobiernos eludieran una convocatoria a Unasur para acordar una respuesta común al azote de la crisis. Más elocuente fue la parálisis del Mercosur, ante la impasible mirada de Lula y Fernández. Ahora, ambos mandatarios compitieron en Quito para quitar gravedad al hecho de que Barack Obama argumente con débiles sofismas para ocultar su apoyo al golpe en Honduras y haga como si no tuviese nada que ver con la acumulación vertiginosa de fuerzas militares apuntadas a América Latina y Caribe. Hugo Chávez alertó en la cumbre de Unasur que “soplan vientos de guerra en nuestra región”. Mientras la prensa capitalista del hemisferio transformaba impúdicamente esa declaración en “una amenaza de guerra”, Lula y Fernández compitieron para mostrar quién aparecía más moderado. La presidente argentina reclamó “un esfuerzo para evitar las adjetivaciones, las estridencias y los discursos flamígeros”. El destinatario no era el títere Álvaro Uribe de Colombia; ni el bifronte Obama. Esta vez la agria directora de escuela reprendía a Chávez. Y después corrió a Caracas a intentar reemplazar a Colombia como país proveedor de bienes a Venezuela, ante el congelamiento de las relaciones en estos países. Es correcto que el gobierno venezolano tienda lazos de sujeción hacia una burguesía enclenque y ávida, amarrándola con sus compras. Pero es una vergüenza que la delegada de esos intereses se valga de esa coyuntura para congraciarse con quienes la desprecian y para dar lecciones de táctica política. Corresponde desde esta columna desagraviar al pueblo venezolano y la Revolución Socialista Bolivariana, en nombre de millones de hombres y mujeres que en Argentina queremos denunciar la política guerrerista del imperialismo y acerar la unidad latinoamericana contra la embestida yanqui. Alertar sobre la obvia amenaza de guerra contra Venezuela y Ecuador desde la plataforma en Colombia no es una estridencia innecesaria. Es la única conducta digna de un verdadero representante de nuestros pueblos. Y adolece del mínimo de dignidad, del mínimo de lucidez y coraje, quien además de omitir su condena ante el despliegue bélico la emprende contra los agredidos. La señora Fernández no representa los sentimientos ni la conducta histórica del pueblo argentino. No en vano obtuvo apenas un cuarto de los votos ciudadanos en las últimas elecciones. Encarna en cambio la conducta tradicional de la flácida burguesía portuaria, la misma que se desentendió de Bolívar y abandonó a San Martín. La misma que huyó cobardemente ante cada posibilidad de enfrentamiento real con el enemigo. La misma que utilizó las calamidades desatadas contra nuestro pueblo para esconderse y dedicarse a acumular riquezas, en medio de la represión y la miseria.

Tomar las riendas


Es claro que en manos de Lula y Fernández, Unsasur no continuará su camino hacia la superación de la fragmentación que nos hizo débiles presas de la garra imperial. Pero esa empresa no debe ser abandonada. Y si algunos gobiernos la dejan caer, la bandera debe ser enarbolada por las manos firmes de los trabajadores, los estudiantes, el conjunto multifacético de hombres y mujeres que comprendan el momento histórico que vive el mundo, con centro en América Latina. En medio de ese andar zigzagueante de gobernantes sin luces y sin honor, ha continuado ganando terreno sin embargo una instancia de unidad real, consistente, ajena a la búsqueda del lucro y los negocios de cuervos que medran en la crisis. La Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba), ha ido creciendo y consolidándose en los últimos años, tomando un relieve extraordinario en el período que abrió la eclosión de la crisis mundial capitalista: ya son nueve los países integrantes. Y la cifra seguirá creciendo. La Casa Rosada y el Palacio del Planalto le dieron la espalda. Y no cambiarán esa conducta. Pero Argentina y Brasil sí pueden hacerlo. Es la hora de dar un impulso decisivo a la constitución de cientos de organismos de base del Alba. No sólo para condenar la guerra y el golpismo. También para tomar las riendas de las relaciones con los pueblos americanos y escribir la historia con el puño propio. El puño crispado, estridente y flamígero, sí, de los explotados que ya no soportan más la mediocridad y cobardía de sus gobernantes.

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