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miércoles, 24 de junio de 2009

Cuba: a sus plantas rendido el león


Medio siglo después la OEA cae vencida y la Revolución da una lección de principios y estrategia

Que América Latina es el único lugar del mundo en donde se están discutiendo de verdad ideología y política, es la principal conclusión de una sucesión de cumbres durante la primera mitad del año, con su broche final en la reunión anual de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de principios de junio en San Pedro Sula, Honduras. Allí, por unanimidad los 34 países miembros reabrieron las puertas a Cuba, que a renglón seguido desestimó la invitación, asestando con esto un golpe que podría ser mortal para la descompuesta organización continental.
La otra gran conclusión es que existe ya una nueva correlación de fuerzas entre nuestros países y el otrora todopoderoso Estados Unidos. De hecho, el nuevo presidente Barack Obama viene de desplante en desplante.
El primer gran zamarrón fue antes de la Cumbre de las Américas de Puerto España, en Trinidad y Tobago, cuando varios presidentes encabezados por el de Bolivia, Evo Morales, anunciaron que llevarían al pleno el tema de Cuba y el bloqueo genocida que desde hace más de 40 años impulsa en contra de su pueblo Estados Unidos.

Obama quedó descolocado y a lo único que atinó fue a una tibia reacción, anunciando dos días antes de la reunión que permitiría los viajes de cubanos residentes en su país (principalmente en la Florida) y el envío de remesas. En definitiva, le impusieron la agenda al presidente del país más poderoso del mundo (aunque ya no hegemónico) pero eso no alcanzó, y de todos modos se alzaron las voces venezolanas, bolivianas y nicaragüenses para exigir que se levante el bloqueo.
Y así como quedó claro que ya no existe un mundo unipolar, también quedó claro que además de los organismos tradicionales, hay hoy nuevas construcciones internacionales basadas en otros pilares como la solidaridad, el respeto mutuo y el desarrollo conjunto. La reunión del Alba de Cumaná, un día antes que la de Trinidad y Tobago, fue un claro ejemplo de esto.
En este contexto se llega a la cumbre de la OEA de principios de junio, cuando todos los países plantean el retorno de Cuba después de 47 años de su exclusión en 1962 a instancias del propio Estados Unidos. Su secretaria de Estado, Hillary Clinton, atinó a pedir como condición que la isla cumpla con supuestas reformas democráticas, las mismas excusas que interponen en sus permanentes intromisiones en asuntos internos de distintos países. Ni en eso le fue bien.
El tema de convocatoria de la cumbre, “Hacia una cultura de la no violencia”, quedó totalmente relegado a un segundo plano ante la imposición de la agenda de la vuelta de Cuba al organismo.
En su editorial del 31 de mayo, tres días antes de la reunión de la OEA, el diario The Washington Post criticaba a los países de la región por “no cumplir los propósitos para los cuales fue creada la OEA” al preferir abordar el caso de Cuba antes que pensar en “la amenaza que representa el régimen de Hugo Chávez”. Claro, amenaza para ellos. “México y Argentina quieren quedar bien con sus votantes de izquierda, mientras que incluso Gobiernos democráticos como los de Brasil y Chile callan sobre Chávez y piden el retorno de Cuba”, se lamentaba el mismo diario que apoyó todos los golpes de la CIA en la región.
Ese jueves 4 de junio, en un desayuno de trabajo con los cancilleres caribeños, Hillary Clinton dijo: “Esperamos el día en que Cuba se pueda unir a la OEA, pero creemos que el ser miembro de la misma debe estar acompañado de responsabilidades y los países tienen el compromiso de defender los estándares democráticos que tanto progreso han traído al hemisferio”.
¿Se estaría refiriendo la ex primera dama como estándares democráticos a todas las dictaduras latinoamericanas que su país sostuvo e impulsó durante décadas? ¿Cuál será el concepto que tiene la jefa de la democracia estadounidense, de democracia y de responsabilidad?
Por ejemplo, la invasión a la Bahía de Cochinos, fogoneada por su correligionario John Fitzgerald Kennedy en 1961, ¿será una acción democrática para la señora Clinton?

Desde su formación como nación, Estados Unidos tuvo un “destino manifiesto”, como lo llamaba Thomas Jefferson. Luego vino la doctrina Monroe, con su “América para los americanos” y una larga lista de intervenciones durante todo el siglo XIX que para no alargar este artículo vamos a saltear. Pasando directamente a principios del siglo XX, creo que vale la pena citar al presidente estadounidense William Taft, el que desembarcó marines en Cuba y en Nicaragua, quien en 1912 dijo: “No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro de hecho, como en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente”.
Para ese entonces, la OEA ya estaba en incubación y también su carácter funcional a los Estados Unidos. En 1890 la Primera Conferencia Internacional Americana, realizada en Washington, había creado la Unión Internacional de Repúblicas Americanas, que en 1910 dio lugar a la Unión Paramericana, que a su vez iba a transformarse en OEA en 1948.
Pero ya desde esa época, el organismo internacional fue servil a todas las intervenciones imperiales de los Estados Unidos. Los marines desembarcaron en Haití el 28 de julio de 1915 y ocuparon el país durante 19 años.
En 1927, luego de invadir Nicaragua con dos mil soldados, y obligar a Augusto César Sandino a internarse en las montañas con su “pequeño ejército loco”, el presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge en su mensaje anual, explicaba que la intervención norteamericana se justificaba porque, “hoy en día hay grandes inversiones en los aserraderos, la minería, las plantaciones de café y bananas, el cabotaje y diversos negocios mercantiles y colaterales... No hay duda que de continuar esta revolución, las inversiones norteamericanas y sus intereses financieros se hubieran visto seriamente afectados”.
En 1933, en la séptima conferencia de la OEA de Montevideo, Franklin Roosevelt enunció la “Good Neighbour Policy”, o “Política de Buena Vecindad” y se aprobó un documento relativo a los “Derechos y Deberes” de las naciones americanas, los mismos que reclamó a principios de este mes Hillary Clinton para permitir el reingreso de Cuba.
En 1945 se aprobó el “Acta de Chapultepec”, que comprometía a todos los países americanos para hacer frente a un eventual agresor externo. Su artículo tercero decía: “Todo atentado contra la integridad o la inviolabilidad del territorio, o contra la soberanía o la independencia política de un Estado americano, será considerado como acto de agresión contra los demás Estados firmantes de esta declaración” y en base a ésta se firmó el 2 de septiembre de 1947 en Rio de Janeiro el Tratado de Asistencia recíproca (tiar), que no se aplicó en la Guerra de las Malvinas cuando Estados Unidos ayudó al Reino Unido.
Estados Unidos, con el aval de la OEA, siguió interviniendo en asuntos internos de los países americanos, como en 1954 con la destitución del presidente guatemalteco Jacobo Arbens, en 1961 con la ya citada invasión de Cuba, en 1964 con el golpe de Estado contra Joao Goulart en Brasil, en 1965 con la invasión de República Dominicana, en la década del ’70 con los golpes de Estado en Chile, Uruguay y Argentina, y en los años ’80 con sus guerras mercenarias en Centroamérica, principalmente contra el gobierno sandinista de Nicaragua.
Los últimos capítulos de esta historia pérfida encabezada por Estados Unidos pero avalada por la OEA son el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra el presidente venezolano Hugo Chávez, y el golpe cívico-prefectural del año pasado en Bolivia contra Evo Morales. Y la ocupación militar de Haití que continúa hasta hoy, a cargo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pero con la anuencia de la OEA.
Sin necesidad de hacer un repaso tan minucioso de todos estos hechos, que son pasado pero también son presente, el gobierno de Raúl Castro Ruz emitió un comunicado en el que definía con una claridad meridiana: “Cuba no ha pedido ni quiere regresar a la OEA, llena de una historia tenebrosa y entreguista, pero reconoce el valor político, el simbolismo y la rebeldía que entraña esta decisión impulsada por los gobiernos populares de América Latina”.
Definitivamente: hay una nueva correlación de fuerzas en la región, la única región del mundo que parece estar viva políticamente hablando, reservorio ideológico de la humanidad.

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