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viernes, 12 de junio de 2009

Huerta Grande: Declaración parte 2


El mundo marcha hacia una depresión económica



Está a la vista el carácter intrínseco de la crisis del capitalismo. Este derrumbe en cadena no se produce por la amenaza soviética; no se produce por la movilización o por la propuesta anticapitalista de grandes partidos revolucionarios a lo largo del mundo, con arraigo de masas y con el proletariado organizado; y no se produce por la demanda, siquiera economicista, de masas proletarias. Sin embargo ocurre: el desenvolvimiento normal del sistema lleva a su propio colapso. Y esto es tanto más grave y abarcador cuanto menos trabas tiene el funcionamiento del mercado capitalista mundial. La agudización de la competencia, la celeridad de la revolución tecnológica, no hacen sino acelerar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y el desenlace de sobreproducción generalizada de mercancías, hasta que el mecanismo se traba por completo. Eso ocurre cuando la recesión se convierte en depresión. En ese punto, la sobreproducción de mercancías y la caída de la tasa de ganancia por debajo del nivel para la reproducción ampliada del capital, sólo pueden resolverse dentro del capitalismo por la victoria de un competidor sobre los demás en el control de los mercados y la destrucción de las mercancías sobrantes. Eso sucedió en la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. Una solución sin semejante trauma para la humanidad sólo puede llegar mediante la superación del sistema mismo.
Siempre hay una correlación inversamente proporcional entre la capacidad de accionar político de la masa trabajadora a escala mundial y la capacidad de postergación del momento en que el sistema capitalista se engrana y detiene por completo, lanzando a millones de seres humanos a la desocupación, la desesperación y la violencia.
No es dable hoy saber si los jefes del capitalismo mundial están o no en condiciones de postergar una vez más el estallido del mecanismo a escala internacional. Hay numerosos indicios de que desde mediados de 2008 y pese a las cantidades fabulosas de dinero inyectadas, no logran detener la caída. Los niveles de recesión en Estados Unidos, Europa y Japón son indicativos de una dinámica que hace probable el arribo a una situación de depresión. Mientras tanto, el proletariado mundial no se moviliza y mucho menos plantea un programa alternativo. Por eso no es imposible que el conjunto de medidas aplicadas y por aplicar a través de la nueva superestructura montada a tal efecto, el G-20, consiga torcer la línea hacia el hundimiento y pasar a una situación de recuperación relativa y temporaria que transforme la recesión en estancamiento prolongado. Si se verificara esta variante, los costos sociales serían de todas maneras inconmensurables para los trabajadores y las capas medias en todo el mundo y muy particularmente en nuestros países económicamente subdesarrollados y políticamente dependientes. Porque el mecanismo sólo puede evitar su paralización total al precio de la desocupación masiva, caída vertical del salario real y agudización del saqueo imperialista a los países subordinados.
Si el imperialismo con el concurso de sus aliados en nuestros países lograra prolongar el plazo del desenlace ineluctable, no demoraría un instante en acompañar sus éxitos parciales con una contraofensiva implacable contra todas las fuerzas que en el mundo desafían su hegemonía. El primer blanco durante una hipotética pausa a su favor sería, naturalmente, el punto más alto de la lucha social contemporánea: las revoluciones en Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Pero de modo inseparable la violencia imperial se descargaría contra las organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores y las capas medias del campo y la ciudad.
En cualquier hipótesis, como desenlace inmediato de la actual recesión o con una fase de recuperación relativa que en ningún caso puede sacar del estancamiento a los tres grandes centros imperialistas, el mundo marcha hacia la depresión económica.
Concluye así la política anticrisis desplegada por el capitalismo en las últimas tres décadas. Ésa es la mayor paradoja de nuestro tiempo: el estallido de la crisis resulta del éxito de aquella contraofensiva global estratégica que acabó con la URSS, liquidó sindicatos y partidos obreros en todo el mundo, redujo salarios, aumentó los ritmos y las horas de trabajo y saqueó como nunca antes las riquezas de los países del Tercer Mundo.
Ya en su punto actual la crisis termina con la era del dólar. La emisión desenfrenada convierte a la moneda estadounidense en papel sin valor. Es sólo cuestión de tiempo la devaluación en magnitudes siderales. Terminará también, en plazos impredecibles, la parálisis del proletariado industrial en el mundo. La pausa que obtuvo el capital internacional contrarrestando las causas que iniciaron la crisis en los años 1970 significó una forma bastarda y esencialmente falsa –aunque con efectos reales– del crecimiento económico, que dio trabajo a la vez que aumentaba el desempleo y garantizó, a distintos niveles, una vida llevadera a los obreros industriales, o al menos a una parte sustantiva de ellos.
Eso terminó. Estamos ante el fin de un sistema financiero controlado con mano de hierro por el imperialismo y utilizado como instrumento esencial de dominación mundial. A partir de ahora comienza una nueva etapa histórica en la realidad social y en la organización social y política de los trabajadores de todo el mundo. Quien va a sufrir primero –y, en un sentido, mucho más– los efectos de este colapso, es el pueblo estadounidense, la clase trabajadora y el pueblo del principal imperialismo, como ya queda a la vista con el despido de un promedio de 600 mil trabajadores mensuales desde hace un año. Ante este panorama, cabe recordar que el proletariado estadounidense tiene reservas históricas de organización y lucha muy grandes. Se puede suponer que van a reaparecer en la próxima etapa. Una de las expresiones de esta crisis será, a corto plazo, la crisis política en Estados Unidos. Ese acontecimiento inexorable sacudirá hasta las raíces y en todos los aspectos la política mundial. Quien no lo comprenda a tiempo será arrastrado sin piedad por el vendaval de la historia.

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