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martes, 17 de noviembre de 2009

Editorial I: Sindicalismo y política


Un episodio sin precedentes ocurrió en la segunda semana de noviembre. Una escalada de conflictos sindicales y sociales conmovió al país. Por un lado, el choque de un movimiento obrero genuino en los subterráneos contra la burocracia sindical de la UTA. Por el otro, marchas y cortes de calles en la Capital Federal, motorizadas por la pelea para definir quienes reciben y administran los fondos de los planes Argentina Trabaja. El malestar social puso en vilo a Buenos Aires y repercutió en todo el país. La prensa comercial acompañó los acontecimientos y forzó un estado de temor. El clima se enrareció hasta lo insoportable. El gobierno acusó a Eduardo Duhalde de estar tras una campaña desestabilizadora (fue el término utilizado, en lugar de destituyente) y empujó a la CGT a realizar un acto público el viernes 20 de noviembre, día de la Soberanía, frente a la Casa Rosada. Para juntar fuerzas, el PJ forzó la convergencia de la Federación de Tierra y Vivienda -que antes formaba parte de la CTA- con la CGT. Los titulares de ambas entidades se abrazaron en público y en conferencia de prensa anunciaron el acto. Las consignas eran: contra la desestabilización; por la soberanía nacional.

Horas después, el segundo hombre de la CGT, perteneciente a la UOM, le imprimió un contenido diferente al acto proyectado, al acusar a los compañeros de subterráneos de ser “la izquierda loca” y a la CTA de estar a las órdenes “de la IV Internacional”. De esta manera el acto pasaba a ser un instrumento para enfrentar brotes de rebeldía obrera frente al aparato tradicional del sindicalismo. Pero lo que verdaderamente ocurría era que en lugar de ser un medio para defender al gobierno frente a la supuesta amenaza de desestabilización, lo dejaba a éste como rehén. Para colmo, en su diatriba contra la izquierda, primero el hombre de la UOM y luego el titular de la CGT, calificaron a Duhalde como “un gran demócrata”. En ese clima de máxima tensión, durante una actividad pública con dirigentes de la Unión Ferroviaria, Cristina Fernández le pidió a Hugo Moyano allí presente que levantara el acto del 20 de noviembre. Paralizado por la indignación y la impotencia, el secretario de la CGT asentiría luego al pedido. La Presidente salió de esta manera de una trampa circunstancial. Pero detonó los conflictos internos de la CGT, puso en jaque a la totalidad del sindicalismo y agravó así la situación de debilidad estructural de su gobierno. No cabe duda de que la oposición burguesa está alarmada por el rápido deterioro del gobierno. Y de que un sector de ella prepara un recambio de emergencia, eventualmente contribuyendo a la desestabilización. Pero la causa del enrarecimiento del clima no está en una conspiración, sino en la debilidad política del gobierno, que tras perder las elecciones se ha embarcado en la aplicación de un plan de ajuste para afrontar la crisis económica local potenciada por el colapso mundial. Desde aquí defenderemos sin vacilación la continuidad institucional. Contra cualquier intento de desplazamiento forzado del actual gobierno, o contra los planes elaborados en sectores oficiales para adelantar las elecciones. Advertimos sin embargo que la única manera de cerrar el paso a la desestabilización es cambiar el rumbo del gobierno. Fernández debe apartarse del G-20 e ingresar inmediatamente al Alba. Si lo hace, puede buscar el apoyo en la clase obrera, los chacareros y el conjunto del pueblo. Y apelar a la movilización social para impedir todo intento desestabilizador. Pero no a través de las cúpulas corruptas y adocenadas del sindicalismo, sino convocando a la masa popular, para lo cual no hay otro camino que enarbolar un programa de soberanía, drástica redistribución de ingresos y participación democrática de las masas en el debate y la definición del rumbo político. Si no lo hace, la crisis política se agravará. Y en ese sentido cobra toda su importancia el desplante violento de ultraderecha fascista de un sector de la CGT. Al asociarse a lo más corrupto del PJ y la burocracia sindical, el gobierno emprendió un camino suicida. Con motivo del acto fallido para el 20 de noviembre, quedó clara la encrucijada que afronta. Pero también mostró un panorama de riesgo extremo para el activismo de base y los sectores honestos y combativos del movimiento sindical: la cúpula cegetista reapareció como vanguardia armada del imperialismo y el gran capital. En un cuadro por completo diferente, reitera su papel de los años 70. Si el gobierno debe reflexionar sobre el significado de tener semejante base de sustentación, el activo sindical y político debe igualmente sacar conclusiones urgentes.

1 comentario:

  1. Muy buen blog.
    Me suscribí al grupo gmail, aunque no se si lo hice bien
    Es interesante analizar el fenómeno delsurgimiento de una heterogénea izquierda social.
    Decía Petras hace no mucho que en el mundo está ceciendo la derecha parlamentaria y la izquierda extraparlamentaria.
    Te invivto a que te des una vuelta por http://edukadores.blogspot.com

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