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miércoles, 24 de junio de 2009

Cambiar de raíz la cultura y la política

Por Luis Bilbao

Son millones ya quienes han comprendido, gracias al espectáculo bochornoso de esta campaña electoral, que Argentina no puede seguir así. Y que no seguirá.
Ahora, enseguida, vendrán razones de otro orden a sostener esa misma conclusión. Y en poco tiempo muchos millones más se sumarán al contingente de quienes, de manera pasiva o activa, demandarán cambios profundos, sin necesariamente partir de ideas claras respecto de los cambios que reclaman.

Está a la vista el curso que pueden tomar tales sentimientos y exigencias. Una década atrás, esa fuerza invisible y poderosa fue canalizada por la fatídica secuencia de la ceguera y la infiltración: Frente Grande, Frepaso, Alianza. Y tuvo aires y tonalidades de izquierda. Aunque por supuesto, no tenía parentesco alguno con ese signo ideológico. Ahora, desde la victoria del vástago Macri (que, recuérdese, provocó una estampida de última hora para evitarla votando al oficialismo como “el mal menor”), el curso de la sociedad capitalina viró en sentido contrario. La entronización de personas sin luces ni moral, que aparecen liderando las encuestas, es tomada como señal de alarma de la fascistización de la sociedad.
Aquélla y ésta percepciones tienen, por (viene de tapa) cierto, base objetiva de sustentación. Pero ambas son falsas. La sociedad no viró a izquierda cuando elevó a Rosa Castagnola (conocida por su alias Graciela Fernández Meijide). Y no va a derecha cuando se deja arrastrar por un personaje que lleva su condición tatuada. Si de comparaciones se trata, es obvio que tenía un valor diferente votar por la madre de un desaparecido, defensora de los derechos humanos, culta y socialdemócrata, que por un empresario que no parece haber acumulado su fortuna con talento y esfuerzo. Mirar de tal manera el curso de la sociedad en crisis, sin embargo, es prueba, como mínimo, de que el observador sufre el mismo síndrome de desorientación de quien, ante el derrumbe generalizado, corre a buscar refugio en personajes como Castagnola o De Narváez.
No son los medios de prensa. No. Ellos contribuyen, apoyan un pie en la arquitectura de estiércol y hacen su faena. Pero la causa de esa oscilación violenta e insensata del conjunto social no reside allí.
Se derrumba un sistema por definición irracional (o, lo que es lo mismo, ajeno y contrario a lo humano). ¿Cómo puede sorprender que la onda expansiva de su caída provoque irracionalidad? ¡Esa derivación tiene carácter necesario!
Dicho en otras palabras: la condena a estos protofascistas de hoy, como las diatribas contra los pseudoizquierdistas (correctas en ambos casos), no son más que la imposibilidad de ver la viga en el propio ojo.
¿Por qué habría de haber más racionalidad en la conducta del conjunto social que la mostrada por quienes se proclaman sus vanguardias? Y eso, antes de llegar a la hipótesis que constituye nuestro punto de partida: la desbordada irracionalidad de pseudovanguardias ha sido una causa eficiente del curso que la sociedad capitalista, por definición irracional, está adoptando frente a su crisis terminal.
Se trata del colapso de un sistema, en todos sus componentes. Incluida buena parte de aquellos convencidos de que es posible aparecer como contraparte sin apelar a la ciencia, al trabajo riguroso, a la moral y a las exigencias severas de la acción organizada.
Tras años de desvíos (o, más bien, desvaríos), todo esto queda en evidencia. Solucionarlo requiere un cambio de raíz en la cultura y la política. Eso que a la vista de todos se desmorona y huele mal, simbolizado por una campaña obscena en todos los sentidos, debe ser sepultado. Hoy, la sociedad no vira hacia ningún objetivo preciso. Confusión, disgregación, apatía o desesperación. Ese “revoltijo de carne con madera” es lo que predomina.
La fuerza capaz de poner orden y rumbo positivos a este conjunto desquiciado ha de ser una voz colectiva, que extraiga su fuerza de la capacidad para unir millones de voluntades, converger con el torrente que recorre América Latina de Norte a Sur y poner racionalidad en el caos obligadamente creciente del derrumbe capitalista. No hay otra respuesta que el socialismo. No hay otra vía que cambiar de raíz la cultura y la política. Las condiciones que llevan a una contrarrevolución fascista no son diferentes de las que conducen a una revolución socialista. Es la acción humana, consciente, organizada, la voluntad individual con fuerza de millones, la que definirá el rumbo.

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