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viernes, 12 de junio de 2009

A falta de cambios la derecha gana espacio

Por Mariano Saravia

Las elecciones parlamentarias de la Unión Europea consagraron el domingo 7 de junio al Partido Popular Europeo como la primera fuerza del Parlamento de Estrasburgo, con entre 263 y 273 diputados, relegando al Partido de los Socialistas Europeos, que tendrán entre 155 y 165 escaños. Le seguirán los liberales con entre 78 y 84 bancas y los verdes entre 52 y 56.
Los principales países donde basó su victoria la derecha fueron Francia, España, Alemania, Italia, Reino Unido y Polonia, y la extrema derecha racista y xenófoba se fortaleció en Finlandia, Austria, Hungría, Eslovaquia y Holanda. Mientras tanto, los socialdemócratas sólo se impusieron en Eslovaquia y en Grecia.
El otro dato preocupante fue la baja participación, que descendió desde el mínimo histórico de 2004 que había sido de un 45,47% al actual 43,39%, lo que marca también la apatía política de la población.
Desde principios de este año, cuando comenzó a sentirse más fuertemente la crisis mundial, surgió también con más fuerza la reacción xenófoba, acusando a los extranjeros de los males de un sistema económico que no sólo los usa sino que los necesita. Pero como siempre sucede, ante las primeras dificultades, la excusa más a mano es la de que “los ‘ilegales’ vienen a sacarnos el trabajo”.
En definitiva, una muestra más de lo que son las fronteras estatales hoy, el lugar que marca con toda crudeza el espíritu del capitalismo, el lugar por donde pueden pasar los capitales y las mercaderías, pero no la fuerza de trabajo. O peor aún, las personas pueden pasar pero en las dosis justas y en las condiciones de precariedad necesarias como para ser explotadas al máximo.
Es paradójico entonces que ante una crisis tan profunda detonada por los grandes especuladores financieros, la gente común culpe a los trabajadores, y más aún a los trabajadores más precarizados y explotados, los extranjeros.
Pero es así, y quienes encarnan mejor ese discurso xenófobo y racista son los partidos de derecha, en algunos casos de ultraderecha: el Partido Liberal Auténtico de Austria (neonazi), el Partido por la Libertad (islamófobo) y el Verdaderos Finlandeses (nacionalista xenófobo).

Tibieza de la izquierda

Frente a este discurso populista y racista de la derecha, se opone una izquierda que por su vaguedad y ambigüedad, ha tomado numerosos nombres: centroizquierda, izquierda moderada, izquierda posible, izquierda democrática, izquierda civilizada, socialdemocracia. Es decir, cualquier cosa menos izquierda. ¿O tiene algo que ver el Felipe González que recorre el mundo haciendo lobby por Repsol, Telefónica y los bancos españoles con aquel “Comandante Isidoro” de los años de clandestinidad durante el franquismo?
¿O es muy distinta la política económica que lleva adelante Rodríguez Zapatero a la que implementó José María Aznar?
¿O quién puede decir cuáles son los planteos diferenciados de la oposición socialista a Sarkozy?
O de los italianos que luego de cambiarse hasta el nombre de comunistas por Partido Democrático de la Izquierda, ahora ya ni les quedó la izquierda y se llaman lisa y llanamente Partido Demócrata. Ante tamaña indigencia ideológica, Berlusconi volvió a imponerse, incluso con su mochila de escándalos sexuales a cuestas.
El jefe de la bancada socialista en el Parlamento Europeo, Martin Schulz, exime de demasiados comentarios: “No hemos tenido éxito en comunicarle a la gente que somos los indicados para ponerle límites al capitalismo salvaje”. ¿Qué sería ponerle algún límite al capitalismo salvaje? ¿Tendríamos entonces un capitalismo semi salvaje, menos salvaje, un capitalismo domesticado? ¿Cambiaría en algo la situación de los desposeídos de la tierra?
Luego de que estallara la crisis mundial, y previamente a la reunión de Londres del Grupo de los 20, Schulz había dicho: “Lo único que queremos es más transparencia y más control… Está bien ayudar a los bancos pero tenemos que garantizar que no se van a perder más puestos de trabajo”.
Esa reunión del G-20 no fue más que esto, un intento de recrear un capitalismo herido pero con una gran capacidad de regeneración. La estrategia entonces es pasar del G-8 que es un grupo muy reducido de países, al G-20 para, al incluir a países “en desarrollo” (de América Latina participaron México, Brasil y Argentina) dar una imagen de amplitud.
Pero ante esta crisis que más que económica y financiera es una crisis civilizatoria, la elección no puede ser entre capitalismo salvaje o capitalismo humano, sino entre capitalismo o socialismo. Por eso, decimos que las alternativas son G-20 o Unión Sudamericana, como lo fue Alca o Alba. O como bien lo plantea Cuba cuando no acepta volver a una estructura tan degradada como la OEA.
Hace falta construir otras instituciones, tanto políticas cuanto económicas, que sirvan verdaderamente a proyectos distintos de sociedad, como se está planteando desde Venezuela y Bolivia.

Riesgos en nuestra región

Pero mientras haya gobiernos tibios como los de Chile, Brasil, Uruguay o Argentina, que se queden a mitad de camino, la amenaza de la derecha más reaccionaria se seguirá fortaleciendo, y no es improbable que gane, como acaba de ocurrir en la Unión Europea.
Cuando los chilenos vayan a las urnas a fin de año y tengan que elegir entre el ex presidente demócrata cristiano Eduardo Frei y el millonario derechista Sebastián Piñeira, quizás se planteen esta dicotomía: entre elegir al original o una copia borrosa, es preferible el original.
Lo mismo puede aplicarse a Brasil, donde crece la popularidad del gobernador de San Pablo, José Serra, o a la Argentina, donde la derecha se ha agrupado en una alianza mucho más peligrosa y pesada que la de los ’90, la que actualmente encarnan Macri, Solá y De Narváez.
Pero de las crisis también pueden surgir alternativas superadoras. No sólo en Argentina sino también en muchos lugares del mundo hay un germen revolucionario que no se ve pero que en cualquier momento empieza a levantar las baldosas rompiendo la aparente tranquilidad. Lo mismo corre para Estados Unidos, donde cada vez más pobres sienten en carne propia la falta de diferencia entre el capitalismo salvaje de Bush y el capitalismo menos salvaje de Obama.

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